- Raciones: 4 Persona(s)
- Tiempo de Preparación: 15
- Tiempo de Cocinado: 60
- Calorías: 360
- Dificultad:
Fácil
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Sobre el flan penden siglos de historia, tomando como punto de partida la Roma antigua. Toparnos con el en la sobrecomida es una sorpresa tan grata como mundana, pues de su pulcra sencillez emana su virtud. Tanta es la influencia del flan en la cultura occidental, que el castellano tomate prestado el vocablo para construir modismos de empleo frecuente, como "temblar como un flan" o "estar como un flan", en una clara alusión su textura frágil y trémula.
El principal atractivo seductor del flan reside en su humildad, acaparando ingredientes de uso cotidiano y muy económicos como los huevos, la leche y el azúcar. Originalmente, en Roma, el flan se endulzaba con miel, y no con azúcar, pues este por aquel entonces exótico ingrediente estuvo reservado a una minoría muy selecta. Más tarde, en la Edad Media, surgiría el flado, llegado desde el otro lado del Mediterráneo de mano de los árabes, expertos en el manejo del azúcar.
Así fue como los cocineros españoles y franceses lograron refinar el flan, mezclando en perfecta armonía los huevos con la leche y el azúcar, cociéndolo por último en el horno. A la luz de esta receta básica aparecieron otras que, atesorando su esencia, incluían nuevos ingredientes más atrevidos, como el chocolate. Personalmente, el flan de chocolate blanco me parece una de sus mejores interpretaciones, ya que este chocolate tiene un sabor suave y equilibrado.
Técnicamente, el chocolate blanco se elabora con leche y manteca de cacao, combinando extraordinariamente bien con la leche y los huevos. Añadiendo un ingrediente más seremos capaces de versionar un postre clásico y aburrido, convirtiéndolo en algo más sofisticado. Además, a diferencia de otros postres, no requiere de un enorme listado de ingredientes o una depurada técnica, resultando ideal para aquellos que están haciendo sus primeros pinitos en repostería.
Ingredientes
Instrucciones
- Comenzaremos con el caramelo, poniendo el azúcar en un cazo pequeño junto al agua. Lo llevaremos al fuego dándole una intensidad media - baja, dejando que el azúcar caramelice por sí solo, sin remover, o corremos el riesgo de que se cristalice. Este inconveniente que puede chafar por completo el caramelo, es posible remediarlo añadiendo previamente unas gotas de limón.
- Cuando el caramelo adquiera un color ámbar, lo retiraremos del fuego y verteremos en el fondo de la flanera o flaneras. Dejaremos que se deslice con cuidado de no quemarnos, meneándolo ligeramente para que las paredes también queden completamente impregnadas. Reservaremos mientras se va endureciendo, precalentando a continuación el horno a 180º, calor arriba y abajo.
- En otro cazo verteremos la leche, el azúcar y la pasta de vainilla, la cual puede sustituirse por vainillina o una rama de vainilla que debe infusionar con antelación. Colocaremos el cazo a fuego medio - alto, y removeremos insistentemente con una varilla, haciendo hincapié en el fondo. Al alcanzar el punto de hervor, bajaremos el fuego al mínimo, manteniéndolo un par de minutos.
- Seguidamente, incorporaremos el chocolate blanco en trozos, dejando que se derrita sin parar de remover en ningún momento. Retiraremos el cazo del fuego atemperándose. Entre tanto, batiremos los huevos enérgicamente, espumándolos y agregándolos de inmediato a la mezcla anterior poco a poco, tratando de que quede completamente homogeneizada.
- Echaremos agua en una fuente refractaria hasta más o menos la mitad, dado que el flan se cocinará al baño María. Introduciremos la flanera en el agua, vigilando que sea totalmente estanca y esta no sobrepase el molde. Habrá quien piense que puede saltarse este paso, pero el baño María creará un ambiente con mucha humedad, evitando que el flan quede muy reseco.
- Hornearemos unos 45 minutos aproximadamente, o hasta que observemos que ha cogido color en la superficie. Procura que no tome demasiado color, y si esto empezara a suceder, apresúrate a taparlo con una tapa o, en su defecto, un poco de papel de aluminio. Introduce un cuchillo que alcance el centro, y certifica que este sale limpio. ¡Tampoco te pases, no lo queremos seco!
- Transcurrido el tiempo, lo sacaremos del horno. Después de que se haya templado por completo, lo meteremos en la nevera, siendo imprescindible refrigerarlo unas horas antes de su consumo. Preferiblemente, lo mantendremos toda la noche, tiempo más que suficiente para que coja cuerpo. A la hora de servir lo desmoldaremos con cuidado y acompañaremos con nata montada.
- ¡Qué aproveche!
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