- Raciones: 4 Persona(s)
- Tiempo de Preparación: 10
- Tiempo de Cocinado: 18
- Calorías: 240
- Dificultad:
Media
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Hay manías inconfesables, como el no concebir un pastel sin guinda, o una comida sin postre. Los más galgos se sientan a la mesa pensando en el momento mágico que sucede a los segundos, el dulce placer culpable, en este caso, en forma de natillas caseras de huevo. Este postre repleto de lugares comunes, donde distinguimos la leche o los huevos, es el perfecto colofón para una comida, evidenciando una vez más que la sobria sencillez consigue deslucir al refinamiento huero.
Concretamente, la Larousse Gastronomique, una de las más reputadas publicaciones de gastronomía del mundo, define las natillas como un postre elaborado a base de yemas de huevos, azúcar y leche, aderezadas con la sutil fragancia de la canela o el limón. Aunque tradicionalmente los españoles nos hemos vanagloriado de ellas, lo cierto es que no existen certezas sobre su origen. Se cree que posiblemente nacieron a la luz de un candil en un convento europeo.
No sería de extrañar, dada su naturaleza, con un claro sesgo hacia ingredientes humildes y reconstituyentes. Como broche de oro, se ha popularizado terminarlas con una galleta María flotando en su superficie, que rápidamente se humedece y adquiere una textura muy blanda. Este hecho no empaña su carácter modesto, al contrario, lo apuntala. Por falta de tiempo o conocimiento, muchas veces hemos recurrido a esos malditos polvos totalmente artificiales.
A decir verdad, las natillas caseras de huevo no tienen mayor complicación, y bastan un puñado de ingredientes comunes para llevarlas a términos. Además, el método tradicional, nos permitirá jugar libremente con su consistencia, desde una ligera y apetecible crema inglesa, hasta una crema pastelera ideal para rellenar eclairs o similares. Por si fuera poco, nutricionalmente, si bien no son excelentes, como casi cualquier postre, no resultan excesivamente calóricas o pesadas.
Ingredientes
Instrucciones
- Comenzaremos infusionando la cáscara de limón en la leche, tratando, como siempre, de no arrancar el albedo, la parta blanca y amarga del cítrico. Verteremos la leche en un cazo junto a la cáscara de limón, llevándolo a ebullición a fuego medio sin quitarle el ojo de encima. Inmediatamente después de que rompa a hervir, la apagaremos y taparemos con papel film.
- Aparte, en un bol, batiremos ligeramente con una varilla las yemas, el azúcar y la maicena, reservándolo para más tarde. Atemperada ya la leche infusionada, la volveremos a poner al fuego, esta vez sin la cáscara de limón, intentando que no rebase los 85º, punto de coagulación de las yemas. Agregaremos un tercio de la mezcla en las mismas y removeremos hasta disolver el azúcar.
- Incorporaremos todas las yemas a la leche, procurando, como advertíamos, que no alcancen bajo ningún concepto los 85º de temperatura, retirándolas justo antes a un baño María inverso. Es decir, trasladaremos las natillas a un bol que flotará dentro de un recipiente provisto de agua y hielo. Durante todo el proceso, no pararemos de remover ni después de pasarlas al baño María.
- Las templaremos a golpe de varilla, removiendo insistentemente hasta que igualen su temperatura con la del ambiente. Idealmente, antes de traspasarlas al bol para enfriarlas, las colaremos por un chino o colador, cerciorándonos así de que quedan finas y sin grumos, no siendo un paso imprescindible. Finalmente, pasaremos las natillas a una jarra y las refrigeraremos.
- Como sugerencia de presentación, te proponemos servir en cuencos o tazas individuales. Instantes antes del servicio, acomodaremos una galleta en la superficie, asegurándonos así que conservará parte de su textura crujiente cuando el comensal se disponga a comerlas. Asimismo, un toque de canela en polvo conseguirá dibujarnos una sonrisa, evocando aquellos momentos de la infancia.
- ¡Qué aproveche!
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