- Raciones: 30 Persona(s)
- Tiempo de Preparación: 20
- Tiempo de Cocinado: 15
- Calorías: 180
- Dificultad:
Fácil
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Los roscos y rosquillas forman parte del vademécum de cocina de muchos países, entre los que se incluye España, como legado directo de los árabes, que ocuparon la península en el siglo VII. Cuentan con una extensa tradición, siempre muy vinculada a ciertas festividades de carácter religioso, como la Semana Santa o la Pascua. Las primeras rosquillas no tenían un sabor dulce tan acusando, ni siquiera presentaban su característica forma de disco con un agujero en el centro.
Se asemejaban más al típico buñuelo, formato que los países árabes conservan. Adicionalmente, se bañaban en mil o salsas saladas, contando con una presencia relevante en fiestas y convites. Con el paso de los años la receta se fue puliendo hasta adoptar su configuración actual, en la que masa se puede cocer de manera más uniforme gracias al agujero central. Circula un mito curioso que atribuye este mérito a un audaz marinero holandés llamado Capitán Hanson Gregory.
Por definición, dada su parca sencillez, es lógico que consiguiera instalarse en infinidad de culturas, independientemente de su latitud. Básicamente, están compuestas por harina, leche, azúcar y huevos, estos últimos incorporados a la receta original siglos más tarde. Con la celebración del Día de San Blas, las rosquillas se tornan protagonistas, sobre todo aquellas que deslumbran con una cobertura glaseada. Nosotros prepararemos rosquillas de naranja.
Los cítricos en la cocina se emplean desde tiempos remotos, capaces de confluir en perfecta armonía con los dulces. Prueba de ello es su abrumadora presencia en cremas, mousses y, por supuesto, masas; dotándolas de una sutil fragancia que arrebata el sentido. Normalmente, el limón interpreta el papel estelar, sin embargo, la naranja se configura también con una opción fantástica. La adicción de un licor como el Cointreau dotará a las rosquillas de una abrumadora personalidad.
Ingredientes
Instrucciones
- Batiremos los huevos junto al azúcar, blanqueándolos hasta que aparezca una espuma y su color palidezca. Verteremos la leche, la ralladura de naranja y el licor, en este caso, Cointreau. Una alternativa, si no buscamos un sabor a naranja tan incisivo, sería sustituir el Cointreau por anís. Continuaremos batiendo y agregaremos la mantequilla en trozos seguida de la harina tamizada.
- A continuación, echaremos la levadura química, removiendo constantemente hasta obtener una masa bastante húmeda y manejable. Recomiendo espolvorear la harina poco a poco, ya que se trata de una cantidad nada desdeñable y no resultará más sencillo integrarla si la incorporamos en tandas. Envuelve la masa en film transparente y déjala reposar en la nevera al menos dos horas.
- Como habrás podido comprobar, nada más sencillo que esta masa, simplemente mezclar ordenadamente los ingredientes, primero los húmedos y por últimos los secos. Incluso, si queremos complicarnos aún menos, prescindiremos de la varilla y en su lugar utilizaremos una batidora de mano, asegurándonos de este modo que no queda absolutamente ningún grumo.
- Transcurrido el tiempo, sacaremos la masa de la nevera. Entretanto, colocaremos una sartén a fuego medio con abundante aceite de girasol alto oleico, pudiéndose reemplazar por aceite de oliva virgen extra suave. El aceite debe alcanzar una temperatura de aproximadamente 170º C, procurando que la temperatura se mantenga estable a lo largo de toda la fritura.
- Introduciremos en el aceite, como haríamos con cualquier fruta de sartén, una corteza o dos de naranja, partiendo del aceite en frío, lo que conseguirá aromatizarlo notablemente. Dividiremos la masa en trozos más o menos iguales, conformando unos rollitos o churros de un dedo de grosor que uniremos por ambos extremos. Otro método consiste en forma un disco plano y agujerearlo.
- Personalmente, me quedo con el primero, si bien el resultado final podría considerarse menos atractivo, corremos menos riesgo de que al agujero se cierre en contacto con el aceite caliente. La masa, pese a que no es fermentada, tenderá a expandirse gracias a la levadura química. Cuando el aceite haya alcanzado la temperatura adecuada, retiraremos la corteza y freiremos las rosquillas.
- A modo de recomendación, mencionar que, preferiblemente, freiremos en pequeñas tandas, dejando que naden libremente en el aceite sin que lleguen a tocarse. Asimismo, las voltearemos para que se frían bien por ambos lados, pues tienden enseguida a flotar. Con una araña sacaremos las rosquillas y las iremos acomodando en un plato amplio provisto de papel absorbente.
- Te animo a que aproveches y dobles la cantidad, dado que las rosquillas se conservan perfectamente durante varios días e, incluso, toleran muy bien la congelación. Con estas proporciones lo normal es que nos salgan alrededor de 30 unidades. Como sugerencia de presentación, te proponemos espolvorear sobre ellas azúcar glas antes de su consumo.
- ¡Qué aproveche!
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