- Raciones: 8 Persona(s)
- Tiempo de Preparación: 15
- Tiempo de Cocinado: 27
- Calorías: 375
- Dificultad:
Fácil
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Está en boca de todos, la tarta de queso arrasa en popularidad, llegándose a erigir incluso insignes templos en su honor. Pocas son las cartas que prescinden de su gloriosa figura, convirtiéndose en los últimos años en el postre fetiche de multitud de foodies. Las claves para entender este fenómeno de masas reside seguramente en el queso, el cual contiene sustancias en dosis pequeñas que podrían resultar potencialmente adictiva, como ocurre con la caseína.
Más allá de las delirantes ocurrencias de un científico chiflado, la tarta de queso representa el sumun de la perfección gracias a su sabor y cremosidad, sin olvidarnos de recalcar su versatilidad. Por definición, tanto el queso crema como el mascarpone, lucen lo suficiente por sí solos, no obstante, al poseer un gusto bastante neutro, se permiten el lujo de combinarse con otros productos. Desde el turrón al chocolate, pasando por las galletas y terminando por el pistacho.
Otro aspecto de la tarta de queso que genera acalorados debates tiene que ver con su base, sosteniéndose en ocasionalmente sobre una fina capa de crumble de galleta, lo que supone una herejía para muchos. Pese a que hemos importado hace poco el concepto desde los Estados Unidos, la tarta de queso sin nata surgió en los albores de la civilización, la Antigua Grecia, concretamente en la Isla de Somos, configurándose como una solución nutritiva para atletas.
No fue hasta el siglo XVIII cuando la tarta de queso sin nata comenzó a presentar la planta actual, considerándose a Arnold Reuben su artífice, un cocinero alemán afincado en Nueva York. Rápidamente, la tarta se instaló en todas las cafeterías y restaurantes del país, consagrándose como un imprescindible e icono de la gastronomía neoyorkina. Además, en Chicago surgió una versión un tanto peculiar que cosechó un éxito parejo: la tarta de queso de crema agria.
Ingredientes
Instrucciones
- Todo aficionado a la cocina guarda celosamente un puñado de recetas que consiguen diferenciarle del resto, y hoy, desinteresadamente, me presto a compartirla con vosotros. Después de bastantes experimentos, creo haber conseguido una fórmula que roza la perfección. Por si fuera poco, es apta para celiacos, ya que no se incluye harina de trigo, ni siquiera almidones.
- Comenzaremos preparando un molde circular desmontable de 24 cm de diámetro, forrándolo con papel sulfurizado que adheriremos a su superficie con un poco de mantequilla. También iremos precalentando el horno a 180º, con calor arriba y abajo, sin función de aire. En un bol mezclaremos el queso de untar (Philadelphia) y el mascarpone previamente atemperado.
- Adicionalmente, podemos incluir cualquier otro queso de nuestra elección, sustituyendo incluso parte o totalidad del mascarpone, concibiendo el queso de untar como un mero conductor de sabores. Seguidamente, añadiremos el azúcar y la leche, batiéndolo en su conjunto enérgicamente hasta obtener una crema de consistencia bastante espesa y sin grumos, integrando el azúcar.
- Puedes valerte de una varilla manual o triturarlo todo con un túrmix. Agregaremos los huevos uno a uno al mismo tiempo que vamos con la otra mano removiendo, procurando que la crema no deje de exhibir una apariencia lisa. Traspasaremos la mezcla al molde, dándole unos pequeños golpes, dejándolo caer desde una altura prudente para que consiga asentarse y compactarse.
- Así impediremos que se formen burbujas de aire, aunque la consistencia suele ser lo suficientemente densa como para que esto no suceda. Introduciremos el molde en el horno sobre una rejilla a media altura durante 27 minutos, tiempo que variará en función del horno. Entretanto, llevaremos a cabo la cobertura, paso opcional, y que podría simplificarse empleando mermelada.
- Incorporaremos los frutos rojos en un cazo junto al azúcar, seguido del agua, colocándolo a fuego muy bajo por 1 hora. Transcurrido el tiempo, apagaremos el fuego y dejaremos enfriar, triturándolo si preferimos una cobertura más final. Observaremos la tarta de queso, que presentará un dorado uniforme en toda la superficie, vigilando que los bordes no se resequen.
- Con el tiempo sugerido, y tras la refrigeración, la tarta quedará increíblemente cremosa, pero no líquida. De ti depende, ajustando este tiempo por encima o por debajo, que la tarta quede más o menos líquida. Una vez fuera del horno, permitiremos que se atempere antes de desmoldarla. Finalmente, filmaremos y llevaremos a la nevera unas horas antes de proceder a consumirla.
- A la hora del servicio, cubriremos con esta compota de frutos rojos, mermelada o lo que deseemos. En realidad tampoco desmerece si la disfrutáramos tal cual.
- ¡Qué aproveche!
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